Lágrimas de fuego
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Lágrimas de fuego

Edades:
A partir de 4 años
Lágrimas de fuego Desde muchas generaciones atrás, la familia de Ana tenía dones especiales. El suyo, que empezó a desarrollar cuando cumplió nació, radicaba en sus lágrimas. Cada vez que lloraba y una lágrima caía sobre algo, se quemaba. Eran ‘lágrimas de fuego’ y más que un don, era una maldición.

La explicación a aquel fenómeno tan extraño era sencilla. Había 500 años, un antepasado de la niña había sido domador de dragones. Seres fantásticos que escupían fuego por la boca. De ahí venía la maldición de Ana. Como castigo por no haber atendido bien a una de las crías, el dios de los dragones le impuso una penitencia que heredarían todos sus descendientes: la de quemar todo lo que tocasen sus lágrimas.

Debido a esa situación, Ana nunca lloraba. No porque no tuviera ganas, sino para evitar las consecuencias. Si se caía, soplaba sobre la herida y pensaba en cualquier cosa para evitar el dolor. Si le reñían, aceptaba la reprimenda sin derramar una sola lágrima. Si echaba de menos a sus padres durante las vacaciones, pensaba en todo lo que harían juntos a su vuelta. Así sucesivamente con todo lo que le provocaba ganas de llorar.

Un día Ana no pudo evitarlo. Fue cuando se murió su perro Blas. Ese día, po mucho que intentó ser fuerte, fue imposible. Era ya mayor y había estado con ella desde que era un bebé y él un cachorro. Cuando fue a enterrarle al jardín de casa, al caer la primera lágrima sobre el suelo, todo comenzó a arder. Los árboles, la flores, la caseta de las herramientas…. Los bomberos tardaron tres horas en apagar todo el fuego.

En ese momento Ana supo que debía hacer algo por acabar con esa maldición que pesaba sobre ella desde su nacimiento. Convencida, fue a ver al dios de los dragones que aún vivía en lo alto de una colina.

Lágrimas de fuego
- Por favor, no puedo vivir con lágrimas de fuego y las personas de vez en cuando tenemos que llorar -le suplicó la niña.

- Son las consecuencias de las malas acciones de tu antepasado, niña. Cargarás con ello por siempre jamás.

Ana le volvió a replicar y a suplicar hasta que al final el dios de los dragones se ablandó y dio su brazo a torcer. Le concedió su deseo a cambio de algo: debía entrenarse ella también como adiestradora de dragones. A Ana le encantó el reto y pronto se convirtió en una habilidosa entrenadora de aquellos seres fantásticos.
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