La princesa Caratiesa
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La princesa Caratiesa

Edades:
A partir de 6 años
La princesa Caratiesa Había una vez una princesa tan seria que se le había quedado la cara tiesa de no reír. Por eso todo el mundo la llamaba la princesa Caratiesa.

Como era de esperar, a la princesa Caratiesa no le hacía ni pizca de gracia ese mote. Pero como a la princesa Caratiesa no le hacía gracia nada de nada, tampoco es que esto tuviera mucho mérito.

Un día, llegó a palacio un príncipe deseoso de aventuras y de conocimiento, que deseaba aprender todo lo que pudiera del mundo. Fue recibido con gran boato y alegría, pues por aquel reino no solían pasar muchos forasteros, y menos de sangre real.

El rey dio una fiesta en su honor y aprovechó para presentarle a su hija.

—Os presento a mi hija, la princesa Caratiesa —dijo el rey, que no se cortaba un pelo, dicho sea de paso.

—Qué nombre tan peculiar —dijo el príncipe.

La princesa no dijo nada ni tampoco cambió el gesto.

—Oh, no, es solo un mote —dijo el rey, riéndose discretamente—. Es que esta hija mía no sonríe ni por equivocación.

El príncipe no sabía qué decir, ni cómo comportarse. La princesa seguía sin expresar emoción alguna.

Finalmente, el príncipe dijo:

—Bueno, a lo mejor deseáis pasear un poco conmigo, princesa. ¿Serías tan amable de enseñarme todo esto?

Como única respuesta, la princesa abrió un poco más los ojos y le tendió la mano.

Estaban ya en los jardines cuando el príncipe decidió romper el hielo y le preguntó a la princesa:

—¿Estáis bien? ¿Os ocurre algo? ¿Puedo ayudaros?

La princesa volvió a abrir los ojos más de lo habitual, en un claro gesto de sorpresa.

—¿Tampoco habláis? —dijo el príncipe, esbozando una enorme sonrisa, de esas que no cabe en la cara y que iluminan los ojos como si fueran dos luciérnagas en la noche.

Debió ser muy grande la sonrisa, y debieron de brillar mucho los ojos del príncipe, porque la princesa no pudo evitar reflejar eso mismo en su propio rostro.

Y así se quedaron los dos, mirándose, sin entender nada.

Finalmente, la princesa dijo:

—Nunca antes me había preguntado nadie si estaba bien o si me pasaba algo, ni mucho menos ofrecerme ayuda.

—¿No? —preguntó el príncipe.

—No —dijo la princesa—. ¿De verdad os interesa?

—¡Por supuesto! —dijo el príncipe—. Y más ahora, que acabo de romper el hechizo que os congeló la cara.

La princesa no pudo evitar reírse con una buena carcajada.

âLa princesa Caratiesa€”¡No es ningún hechizo—dijo—.Es que hace tiempo perdí a alguien importante, alguien con quien quería pasar el resto de mi vida. Nadie lo sabía, y tampoco fui capaz de contarlo. ¡Estaba tan triste! Luego empezaron las bromas y ya no fui capaz de volver a reír.

—El tiempo lo cura toda —dijo el príncipe.

—Sí, ahora lo sé —dijo la princesa—. Pero no me siento capaz de volver a ser yo misma, con tantas burlas.

—Podéis venir conmigo si queréis —dijo el príncipe—. Conocer el mundo os devolverá la alegría y la ganas de vivir. Conoceréis gente nueva y podréis ser quien de verdad queráis ser.

—Me encantaría —dijo la princesa, con una gran sonrisa.

La princesa y el príncipe se fueron a conocer mundo juntos. Durante años, viajaron de acá para allá y la princesa recuperó la alegría y volvió a ser ella misma.
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