Había una vez una charca en la que vivían muchas ranas y muchos sapos. Una de ellas tuvo una gran idea: hacer un coro.
A todas las ranas y a todos los sapos les pareció una idea estupenda. Todas las mañanas se reunían para ensayar. Pero como no salía muy bien, volvían a reunirse por la tarde.
Las ranas y los sapos estaban muy contentos, porque cada vez les salía mejor. O eso creían ellos, porque al resto de habitantes del estanque y los alrededores les parecía el peor de los castigos.
Y así, poco a poco, se fueron marchando todos los habitantes del lugar. Primero se fueron los pájaros, a los que nadie oía cantar desde hacía tiempo, porque las ranas y los sapos hacían tanto ruido que no se escuchaba nada más.
Al principio, al coro de ranas y sapos no le importó. Hasta que los que empezaron a abandonar el lugar fueron los caracoles, los gusanos, las moscas y las mariposas.
Un día, el director del coro se dirigió a todos y les dijo:
-No tenemos qué comer. Ya no quedan moscas, ni gusanos, ni caracoles ni mariposas, ni nada con lo que nos podamos alimentar.
-Entonces tendremos que irnos con la música a otra parte -dijo un sapo.
Y eso hicieron: se mudaron de estanque. Pero, en cuanto vieron al coro llegar, todos los habitantes del lugar huyeron.
El coro de ranas y sapos estuvo dando tumbos de estanque en estanque durante mucho tiempo. Hasta que un día, el director de coro dijo:
-
Amigos y amigas de coro de ranas y sapos, es hora de terminar este gran proyecto. Nadie nos escucha y todo el mundo huye. He llegado a la conclusión de que molestamos.
Un colibrí que quedaba despistado por allí le dijo:
-El problema no es que no guste vuestra música, es que estáis todo el día ensayando. Si no estuvierais todo el día dando la matraca…
A partir de entonces, el coro de ranas y sapos empezó a ensayar menos y a preocuparse un poco más por sus vecinos. Con el tiempo volvieron todos los habitantes y todos convivieron en paz y armonía.