Los sueños de Laura
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Los sueños de Laura

Edades:
A partir de 6 años
Los sueños de Laura Laura era una joven artista que vivía en una ciudad llena de rascacielos y calles bulliciosas. Siempre se la veía con una sonrisa radiante, luciendo ropas multicolores, llenas de manchas de pintura. Ella soñaba con pintar grandes murales en los grises edificios de su ciudad, pero tenía miedo de fracasar y a la crítica de los demás.

Un día, mientras miraba una gran pared pintada por un artista callejero al que todos conocían como Dimas, Laura decidió que ya era hora de lanzarse y empezar a pintar.

Laura caminó por la ciudad, cargada con sus utensilios de pintura, buscando una pared en al que pintar. Pero todas estaban ya pintadas.

Después de mucho caminar, Laura por fin encontró una pared sin pintar. Era la pared de una vieja panadería, un edificio de dos plantas que aguantaba allí, a pesar de los años.

Pero no era una pared lisa. Aquella pared tenía agujeros, partes a las que les faltaba el yeso y donde se veía el ladrillo e incluso bultos que no sabía muy bien a qué se debían.

Mientras Laura miraba la pared, salió el panadero y dijo:

—¿Te gustaría decorar esa pared?

—Disculpe, no quería molestarle —dijo Laura—. No tenía intención de pintarla sin permiso, solo la estaba mirando.

—Soy Bruno y, como te imaginarás por la pinta que llevo, soy el panadero. Si quieres pintar la pared, es toda tuya. Muchos artistas la han mirado, pero ninguno se ha atrevido.

—Es que… —Laura. Pero no supo cómo continuar. Bruno lo hizo por ella.

—Sí, está hecha un asco. Podría intentar repararla, pero entonces todos querrían pintar en ella, y sería una pared más. ¿Por qué no aprovechar los desperfectos que tiene?

—¿Que aproveche los desperfecto? —preguntó Laura.

—Sí. ¿Por qué no? —dijo Bruno—. ¿No crees que las cosas viejas, con defectos o que no cumplen con las normas establecidas deberían tener también la oportunidad de lucir bonitas? Eres una artista, ¿no?

—Pero ¿qué pasará si no queda bien? —preguntó Laura.

—No sé qué pasará si lo intentas —dijo Bruno—. Lo único que sé ahora mismo es lo que pasará si no haces nada: que se quedará como está. Y tú serás una más que tuvo la oportunidad de hacer algo grande y se quedó mirando, por miedo ¿a qué? ¿A que no quede como los murales de ese que llaman Dimas?

Laura se quedó mirando a la pared, pensando.

—¡Venga, lánzate! —dijo Bruno—. Además, no puede quedar peor de lo que está ahora mismo.

Laura se acercó a la pared. Luego se alejó. Poco a poco, los agujeros, los bultos y los huecos en el yeso empezaron a dar lugar a formas, relieves, ideas.

La gente se paraba a mirar a Laura mientras decoraba aquella pared. Muchos la miraban con pena; otros, con escepticismo. Solo ese al que llamaban Dimas y el panadero la miraban con interés y con admiración.

Los sueños de LauraCuando por fin acabó, todos los periódicos de la ciudad hablaban de aquel mural, el más original y atrevido de los que se habían visto.

Eso elevó a la fama a Laura, a la que llamaron de decenas de lugares, incluso fuera de la ciudad, para que pintara y firmara sus viejas paredes.

Y gracias a eso también pudo empezar a vivir de su arte, gracias a las cuantiosas sumas de dinero que le daban por pintar paredes.

—Te debo una, Bruno —dijo Laura.

—Estamos en paz, muchacha —dijo él—. ¿Sabes cómo ha crecido la clientela desde que empezaste a pintar la pared?

—Lo que yo te debo no se paga con dinero, amigo —dijo Laura.

—Sentirme parte de tu éxito es suficiente para mí, chiquilla —dijo Bruno—. ¡Acuérdate de mí el día que cuentes tu historia!

—Lo haré, tenlo por seguro.
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