Sofía no quiere ser una princesa
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Sofía no quiere ser una princesa

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Sofía no quiere ser una princesa No sé por qué, mis padres se empeñan en llamarme “princesa” y a mi hermano “superhéroe”. A ver, que a mí me parece que las princesas pueden ser geniales, pero no me gusta nada que me llamen así. ¿Por qué no puedo ser yo una superheroína? ¿Por qué no llaman “príncipe” a mi hermano, si tanto les gusta la realeza?

—Vamos, muchachote, que se enfría el desayuno. ¿Y qué pasa contigo, pequeña flor? ¿Se te han pegado las sábanas?

Lo que faltaba. No sé por qué mi padre se empeña en tratarme a mí como si fuera yo la delicada y mi hermano el fuerte. Y eso que yo soy la mayor.

—Papá, tenemos que hablar de esto.

—De lo que tenemos que hablar es de tu disfraz de este año, Sofía. Te he comprado un vestido de princesa precioso.

—Tengo un montón de vestidos de princesa, papá. Pero este año mi disfraz es una sorpresa. La abuela y yo estamos en ello.

—Bueno, pero recordad que tenéis que ir a juego con los demás.

Ni mi abuela ni yo soltamos prenda hasta el día de la fiesta.

Ese día, todos estaban vestidos en la entrada de casa: papá, mamá, mi hermano y mi abuelo. Iban todos disfrazados de personajes mágicos del bosque. Papá iba de elfo. Mamá iba de hada. Mi hermano iba de duende. Y mi abuelo iba de árbol mágico.

Solo faltábamos nosotras. Cuando salimos, la cara que pusieron todos era digna de ver.

—¿De qué vais? —preguntó mi hermano.

—Yo voy disfrazada de supervillana —dijo mi abuela.

—Pareces un ogro con faldas —dijo mi madre.

Mi abuela, muy digna y con mucho teatro, dijo;

—Pues soy una supervillana, digna de una superheroína como esta. Os presento a Sofía, la superprincesa.

Mi abuela había arreglado un disfraz de princesa y lo había transformado en un traje de auténtica heroína. Con su capa, sus pantalones, sus guantes, sus botas y todo. Incluso la tiara la había aprovechado para crear una especie de accesorio portador de herramientas.

Y para rematar el atuendo, mi abuela me había hecho un báculo con una hermosa estrella en la parte superior. Era un báculo de luz mágica

—¡Guala, Sofía! ¡Me encanta! —dijo mi hermano—. Y la abuela es tu archienemiga. ¡Qué pasada!

—Pero vuestros disfraces no encajan con el disfraz de los demás —dijo mamá.

—En realidad, sí que encajan —dije—. Escuchad la historia.

Sofía no quiere ser una princesaLa abuela, que es una supervillana supermalísima, quiere destruir vuestro bosque y conseguir los ingredientes para hacer un hechizo que la convertirá en ama y señora del universo. Necesita, sobre todo, toda la sabia del árbol mágico que, con tanto celo, custodia el pequeño duende que duerme en su tronco. Pero para ello tiene que cortar el árbol, cosa que no conseguirá sin eliminar primero al duende. Además, necesita el espíritu del elfo para transformar al hada en hechicera malvada, pues solo así conseguirá el poder suficiente para hacer el hechizo.

—¡Sí! ¡Yo defenderé al abuelo, digo, al árbol mágico, con uñas y dientes! —dijo mi hermano.

Mis padres se habían quedado sin palabras. Fue mi abuelo el primer adulto que dijo algo:

—Pues a mí me gusta la idea.

Mi padre se acercó y me dijo:

—Es una idea genial, Sofía. Se te ve muy… poderosa y decidida.

—Estoy de acuerdo —dijo mamá.

Y nos fuimos todos a la fiesta. Y allí estuvimos jugando, representando nuestra absurda historia, que hizo las delicias de todos los asistentes. Incluso encontramos nuevos personajes para hacerla más interesante.
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