Las huellas misteriosas
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Las huellas misteriosas

Edades:
A partir de 6 años
Las huellas misteriosas Un día, de paseo por el bosque con sus primos, Roberto encontró unas huellas muy extrañas. Eran como pisadas de algún animal que, a simple vista, no logró identificar.

Al verlas, escondidas detrás de unas cuantas hojas secas, Roberto corrió hacia sus primos y les advirtió de su descubrimiento. La verdad es que eran dos niños a los que no les interesaba demasiado la naturaleza, así que no hicieron mucho caso a Roberto.

Al ver ese desinterés, el niño corrió hacia los adultos. Como eran niños pequeños iban acompañados en sus excursiones. Pero los mayores estaban entretenidos cogiendo setas, así que tampoco le hicieron mucho caso.

Sin más personas a las que acudir, Roberto tomó una decisión: investigar por su cuenta la procedencia de las huellas.

Lo primero que hizo fue calcular el tamaño. A simple vista, no parecían más grandes que las de un oso, pero tampoco más pequeñas que las de una ardilla. Al lado de las huellas había un puñado de bellotas. Bueno, más bien las cáscaras de las bellotas. Así que Roberto ya tenía dos pistas: el tamaño y la alimentación de aquel misterioso animal.

Un poco más adelante, el niño encontró el tronco de un árbol totalmente arañado. Lo curioso es que no eran unos arañazos normales, sino muy profundos y prolongados. Roberto anotó eso como la tercera pista en su libreta.

Cuando estaba a punto de guardar el cuaderno en su mochila, se dio cuenta de que tenía hambre y de que los bocadillos estaban en la mochila que llevaba unos de sus primos. Así que se le ocurrió que podía comer unas nueces de un nogal cercano que había visto un rato antes.

LLas huellas misteriosaso malo es que no tenía nada con lo que abrirlas. Así que trató de buscar una piedra que le pudiese servir. No encontró nada que pudiese abrir una nuez, pero con lo que sí se encontró fue con el dueño de aquellas huellas. Un pequeño zorro de larga y mullida cola tiritando de frio en el hueco del árbol que tanto le había llamado la atención.

Roberto no se lo pensó dos veces y se quitó la chaqueta del chándal para envolver al animal y darle calor. El animal, agradecido, le miró con ojos tiernos y en seguida se quedó dormido. Roberto aprovechó ese momento para buscar a sus primos. Juntos, encontraron la madriguera del pequeño zorro y allí lo dejaron, junto a sus hermanos y hermanas esperando la vuelta de la madre a su refugio.
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