La rana que quería todos los charcos
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La rana que quería todos los charcos

Edades:
A partir de 4 años
La rana que quería todos los charcos Había una vez un bosque muy verde y lleno de vida. Allí vivía una rana llamada Ruperta. A Ruperta le encantaban los charcos, pero no para saltar en ellos como lo hacían otras ranas... ¡no, no! A ella le gustaba tenerlos para ella sola. Cada vez que veía un charco, lo cubría con una gran hoja y croaba:

—¡Este charco es mío y solo mío!

Los otros animales del bosque, como Tito Tortuga, Pepe Pato y Mimi Mosca, miraban asombrados cómo Ruperta acaparaba todos los charcos. Tito Tortuga, siempre paciente, fue el primero en acercarse a hablar con ella.

—Ruperta, ¿por qué te quedas con todos los charcos? —preguntó Tito con su voz lenta—. Nosotros también necesitamos agua.

—¡Si comparto, me quedaré sin nada! —resopló Ruperta, inflando su barriga—. Además, ¡yo soy la más rápida saltando! Así que, los charcos me pertenecen.
Pepe Pato, que siempre tenía una broma lista, chapoteó en uno de los pocos charcos libres.

—¡Qué mala suerte, Ruperta! Yo prefiero el charco más grande, pero como tú te lo quedaste, tendré que nadar en este que parece una mini piscina.

Mimi Mosca zumbaba alrededor, curiosa:

—¡Qué raro, Ruperta! Si te quedas con todos los charcos, no habrá más lugares limpios para beber.

Ruperta, sin prestar atención, solo cubría otro charco con una hoja y croaba fuerte para que todos la oyeran:


—¡Son míos, míos, míos!

Pero lo que Ruperta no sabía era que el calor del verano se acercaba, y con él, algo que a las ranas no les gusta nada: ¡el sol abrasador!

Día tras día, el sol brillaba más fuerte, y poco a poco, los charcos empezaron a secarse. Ruperta, que había estado vigilando sus charcos todo este tiempo, notó que el agua empezaba a evaporarse rápidamente.

—¡Oh no! —croó alarmada—. ¿Qué está pasando? ¡Mis charcos!

Ruperta saltó al charco más cercano y vio que apenas quedaba agua... y la poca que quedaba estaba muy sucia. Tito Tortuga pasaba por allí lentamente y la observó desde la orilla.

—Parece que no queda mucha agua, ¿verdad? —dijo Tito con una sonrisa sabia.

—¡Necesito más agua! —gritó Ruperta mientras saltaba de un charco seco a otro—. ¡Todos están sucios o vacíos!

Pepe Pato se rio, salpicando agua de su charco.

—¡Eso te pasa por no compartir, Ruperta! Si hubiéramos trabajado juntos, podríamos haber mantenido el agua fresca. ¡Pero tú querías todo para ti sola!

Ruperta, jadeando y con la piel reseca, se sentó al borde del charco más grande, que ahora no tenía ni una gota. Miró a Tito, Pepe y Mimi con ojos tristes.

—Creo que he cometido un error —admitió—. Pensé que si tenía todos los charcos para mí, nunca me faltaría agua... pero ahora no tengo nada.

Tito, siempre sabio y calmado, se acercó despacio y le dijo:

âLa rana que quería todos los charcos€”Todavía podemos arreglarlo, Ruperta. Si compartimos lo que queda y cuidamos juntos los charcos, podremos mantener el agua limpia y fresca para todos.

Ruperta sonrió por primera vez en días. Se levantó de un salto y, con todas sus fuerzas, empujó las hojas que había usado para cubrir los charcos.

—¡De acuerdo, compartamos! —anunció alegremente—. ¡Todo el mundo es bienvenido en mis charcos!

Los animales se unieron a Ruperta y trabajaron juntos para limpiar y cuidar los charcos.
Cada vez que el sol empezaba a evaporar el agua, todos los animales del bosque ayudaban a cubrir los charcos con sombras para mantenerlos frescos.

Y así, con la ayuda de todos, el bosque volvió a ser un lugar lleno de charcos frescos y agua limpia. Ruperta, que había aprendido una valiosa lección, nunca más volvió a acaparar nada para sí sola. Desde entonces, siempre croaba felizmente:

—¡Un charco para todos, y todos para un charco!
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