La olla mágica
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La olla mágica

Edades:
A partir de 4 años
La olla mágica Había una vez una pequeña aldea en medio del bosque donde vivían tan solo diez personas, cada una en su casa. Eran todos muy pobres. Por eso, cuando hacía frío, todos se refugiaban en la casa del leñador, que era la más calentita de todas. Unos compartían sus mantas. Otros, la poca comida que tenían. Y el que no tenía nada aportaba compañía, alegría y cariño a los demás.

El tiempo pasaba y en la pequeña aldea todo seguía igual, salvo por un pequeño detalle: en la aldea casi no tenían nada que comer. Ya no quedaban gallinas que pusieran huevos, ni vacas que dieran leche. En el río apenas se pescaban peces y los frutos del bosque eran escasos.

Un día llegó a la aldea un forastero tirando de un burro cargado de equipaje. El forastero pidió a los vecinos de la aldea que le dejaran pasar la noche. Al verlo tan cargado y cansado ninguno dudó, y lo admitieron entre ellos.

Como era uno de esos días fríos todos se fueron a casa del leñador, y compartieron con el forastero lo poco que tenían. A pesar de la sencillez de la cena y de lo curioso que le resultó al forastero aquella noche en comunidad, lo pasó bien, gracias a la buena conversación, el cariño y el interés que todos habían mostrado.

-Os dejaré a cambio esta olla -dijo el forastero-. Es una olla mágica. Solo tenéis que pedirle que cocine lo que queráis y lo tendréis.

Los aldeanos le dieron las gracias al forastero. En cuanto este se fue, el leñador cogió la olla y dijo:

-Puesto que pasáis tanto tiempo en mi casa creo que es justo que la olla me la quede yo.

Pero parece que eso no le gustó a nadie. Todos tenían un motivo para querer la olla en sus casas.

-Tal vez deberíamos dejar la olla cada día en una casa -dijo el más anciano del pueblo-. Propongo empezar por el más joven y, así, por orden de edad, ir pasando la olla.

Como a todos les pareció bien, el más joven cogió la olla y se la llevó a su casa.

Los demás se quedaron muy tristes, pues ya se habían hecho a la idea de llenar sus estómagos. Y así, con la cara larga y los brazos caídos, cada uno se puso con sus quehaceres.

No habían pasado ni dos horas cuando el más joven de la aldea gritó:

-¡Todos a comer! ¡Todos a comer! ¡Vamos, que se enfría!

Todos los vecinos fueron a casa del joven y allí encontraron la mesa puesta y los platos servidos con una deliciosa sopa humeante. Y en el centro, la olla estaba llena de un rico guiso.

La olla mágicaTodos los vecinos comieron hasta hartarse.

Al terminar, el joven preguntó:

-¿Dónde cenamos esta noche?

El siguiente en edad levantó la mano, y dijo:

-En mi casa. Os voy a preparar unas deliciosas sopas de pan y un arroz con leche para chuparse los dedos.

El leñador añadió:

-Llevaré leña, que esta noche va a hacer mucho frío.

Varios vecinos se ofrecieron a ayudarle.

En aquella aldea nunca más pasaron hambre. Y, gracias a la olla mágica, se han ido a vivir allí varias personas a ocupar las casas vacías. Pero la olla da para todos. Así que todos son felices y, de vez en cuando, también perdices… en salsa, que a la olla mágica le quedan deliciosas.
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