En tu lugar
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En tu lugar

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A partir de 4 años
En tu lugar Todos los días eran iguales para Sandra en los últimos tiempos. La mujer veía como su hijo, Gerónimo, se quejaba de la escuela y de sus tareas, de sus profesores y de sus compañeros. Al mismo tiempo veía cómo su marido se quejaba de su trabajo, de sus compañeros y de su jefe y le decía a su pequeño hijo, cuando este se quejaba de la escuela, que no sabía lo que realmente era la vida y que sus problemas de adulto, esos sí eran problemas.

La mujer trataba de apaciguar tanto a su esposo como a su hijo, para que disfrutaran más de sus tareas y no se quejaran tanto, ni tampoco culparán al otro detener la vida más liviana y sencilla.

—Omar, déjalo, solo es un niño, recuerda cuando éramos niños e íbamos a la escuela, también era tedioso hacer las tareas y soportar a los profes— dijo Sandra a su marido.

—Sí, pero una vez que creces y entras a la vida de adulto, te das cuenta de que el trabajo es mucho peor. La escuela parecía tediosa, pero es un parque de diversiones comparado a trabajar.

—Bueno, pero cada uno tiene su realidad y el niño está viviendo esa etapa ahora mismo, y así es como lo siente.

—Tonterías cariño, lo consientes demasiado.

Del mismo modo, Sandra, habló con su hijo en numerosas ocasiones.

—Gero, tu padre trabaja mucho, se pasa muchas horas fuera de la casa, eso lo estresa y a veces no logra comprenderte y recordar que él también fue un niño.

—¡Ay, mamá! Papá no entiende nada, él al menos gana dinero con lo que hace, a mí me obligan a ir a la escuela ¡Es lo peor que hay!

Sandra, cansada de la situación, salió a dar una caminata nocturna por el parque, aprovechando la agradable temperatura. Y mientras caminaba deseó que por lo menos por un día cambiarán de lugar su marido y su hijo, para que pudiesen entenderse mejor y no estar todo el día quejándose de sus vidas.

El día siguiente transcurrió con normalidad hasta la noche. Sandra al ingresar al cuarto de estar encontró a su marido Omar y a su hijo Gerónimo hablando muy eufóricamente y con caras de sorpresa.

—No creerás lo que nos sucedió hoy— dijo Omar.

—Fue increíble— agregó el pequeño.

—Verás cariño— dijo el hombre—, hoy todo iba normal en la oficina, hasta que en un momento me sentí desvanecer, pensé que me desmayaba. Y cuando por fin volví a abrir mis ojos, estaba en la escuela y era un pequeño. ¡Estaba en el cuerpo de Gero!

âEn tu lugar€”Y a mí me sucedió lo mismo mamá; es decir, lo opuesto. Estaba en la escuela y de pronto me desvanecí por completo. Cuando logré abrir los ojos, me vi de traje en una oficina y cuando vi mi reflejo en el monitor del ordenador, yo era papá. ¿Entiendes?

—¿Qué cosa dicen?— dijo la mujer asombrada, pero a la vez, se sonrió recordando incrédula su deseo de la noche anterior.

De alguna forma extraña, el deseo de Sandra se había hecho realidad. Gerónimo había pasado un día en el lugar de su marido Omar y a la vez su esposo había pasado un día en la escuela en el lugar del pequeño Gero.

Desde ese día ninguna de las dos se quejó más de sus actividades culpando al otro de tenerla más fácil. Incluso Gero y su padre comenzaron a compartir largas charlas, contándole el uno al otro que tal había estado su día haciendo sus tareas.

Solo habiendo estado en lugar del otro Omar y Gerónimo pudieron entenderse y ser más comprensivos.
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