El visitante misterioso
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El visitante misterioso

Edades:
A partir de 6 años
El visitante misterioso Después de pasar el día de Navidad con los abuelos, Pamela y Andrés se fueron a pasar el resto de las vacaciones de Navidad con sus padres en la cabaña que la familia tenía cerca de las montañas. Era un sitio muy bonito. A los niños les encantaba estar allí en primavera. Era la primera vez que iban en invierno y se habían hecho muchas ilusiones.

—¿A qué en invierno es más bonito que en primavera? —preguntó papá.

—Sería perfecto si no fuera por el frío que hace —dijo Pamela.

—Ya he puesto la chimenea —dijo papá—. Esto estará caliente enseguida.

—¿Podemos salir a jugar con la nieve? —preguntó Andrés.

—De acuerdo, pero no os alejéis mucho —dijo mamá.

Pamela no tenía ganas de jugar con la nieve, porque tenía mucho frío, pero salió de todas formas.

—¡Toma! —gritó Andrés, mientras le estampaba una bola de nieve bien blandita en la cara a su hermana.

A Pamela esto le cogió por sorpresa, pero en vez de enfadarse cogió enseguida un montón de nieve y se lo lanzó a su hermano, que tampoco se esperaba una reacción tan rápida. No necesitaron más para empezar a jugar.

De pronto, Andrés se paró y le dijo a su hermana:
pronto
—Mira allí. ¿No te parece que hay algo en la nieve?

—Será un tronco o una piedra —dijo Pamela, mientras le lanzaba otra bola de nieve.

Y así quedó la cosa.

Esa noche, mientras cenaban bien calentitos al amor de la lumbre, algo se asomó por la ventana. Los niños dieron un respingo. Sus padres se pusieron delante y cogieron los atizadores de la chimenea.

Todo se quedó en silencio. Solo se oía el chisporroteo de las llamas.

Entonces, llamaron a la puerta.

—¿Quién es? —preguntaron los cuatro a la vez.

—Disculpen que les moleste —dijo alguien detrás de la puerta—. He perdido a uno mis animales. He perdido el rastro por aquí cerca.

—Voy a mirar por la mirilla —dijo el padre, cogiendo un palo bien grande que siempre tenía en la puerta.

La mirilla era un pequeño ventanuco con un cristal en la puerta de entrada. Al otro lado había un tipo canosos y greñudo, con una estupenda barba y vestido de una forma bastante peculiar.

—¿Qué tal, Ricardo? ¡Cuánto tiempo! —dijo el hombre al otro lado de la puerta.

—¿Conoces a este señor? —preguntó Andrés.

—No me lo puedo creer —dijo Ricardo. Y abrió la puerta.

—Hola, Pamela; hola, Andrés —dijo el hombre—. Vaya, si también está vuestra madre. ¿Qué tal estás, Lucía? ¿Os gustaron los regalos que os dejé el otro día?

Ninguno dijo nada. No podían creerse lo que estaban viendo.

—Bueno, veo que os alegráis tanto de verme que os habéis quedado sin palabras —dijo el hombre.

—¿Eres…? ¿Eres…? ¡Eres Papá Noel!

—¡Sí, el mismo que viste y calza! —dijo Papá Noel—. Y he perdido un reno. Creo que se enganchó con una rama o algo y se soltó. No estoy seguro, porque estaba distraído con otra cosa mientras volvía a casa. ¡Dichosos móviles! El caso es que he seguido el rastro hasta aquí.

—Nosotros vimos un bulto antes mientras jugábamos en la nieve —dijo Pamela—. Pero pensamos que era una roca o un tronco de árbol.

—¿Podríais decirme dónde, por favor? —dijo Papá Noel.

Pamela, Andrés y sus padres fueron hasta el lugar donde los niños habían visto algo extraño. Y allí estaba el reno.

Entre todos lo metieron en casa. Pensaba un montón el animal. Allí le secaron, le dieron agua y comida y lo revisaron.

—Parece que no tiene nada roto —dijo Papá Noel.

El visitante misteriosoLos niños le prepararon la cena a Papá Noel, que parecía estar hambriento, mientras el reno se terminaba de reponer.

—Muchas gracias por vuestra ayuda —dijo Papá Noel mientras se despedía.

—Cuando necesites algo, ya sabes dónde estamos —respondió Andrés.

La familia entró en la casa y se sentó junto al fuego.

—¡Qué pasada! —dijo Pamela.

—Cuando se lo cuente a mis amigos no se lo van a creer —dijo Andrés.

Al día siguiente los niños salieron a jugar otra vez con la nieve. Cuando miraron al cielo les pareció ver una luz intermitente.

—¿Crees que será una señal de Papá Noel? —preguntó Andrés.

—Es como si nos guiñara un ojo, ¿no te parece? —dijo Pamela.

Los niños agitaron los brazos para saludar, y la luz intermitente les respondió.

—¡Sí, es él! —exclamó Andrés.

—Tendremos que estar atentos, no siendo que los Reyes Magos también pierdan un camello y haya que echar una mano —dijo Pamela.

—¡Pues es verdad! Comando Navideño, ¡al rescate! —dijo Andrés.

Y siguieron jugando que, al fin y al cabo, es lo mejor que se puede hacer cuando estás de vacaciones.
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