Don Pez decidió salir del acuario a dar una vuelta por el mundo. Don Pez soñaba con tomar el sol en la playa, subir a la montaña y montar en bicicleta. Todos sus compañeros le avisaron de que un pez no podía salir del agua, pero a Don Pez no le importó.
-Todo eso que ves en la tele son cosas para humanos -le decían sus compañeros.
Don Pez lo tenía todo pensado. Había construido un casco con algunos de los adornos del acuario. Su plan era llenarlo de agua, ponérselo y dar un salto tan grande como para llegar al sofá. Desde ahí bajaría con cuidado, esperaría detrás de la puerta y se escurriría silencioso cuando alguien la abriera.
-¿Y si te pilla Don Gato? -preguntó Doña Quisquilla.
-Lo tengo todo calculado -dijo Don Pez-. Sé perfectamente los horarios de nuestro enemigo felino.
Al día siguiente, aprovechando que era el día que llevaban a Don Gato al veterinario, Don Pez saltó fuera del acuario. El primer salto fue bien y Don Pez fue a parar al sofá. Pero al bajarse de él se hizo un agujerito en el casco, así que el agua empezó a escaparse.
-Me da tiempo a llegar al cuarto de baño y meterme en la ducha -pensó Don Pez-. Allí rellenaré el casco.
Cuando llegó al cuarto de baño Don Pez se dio cuenta de no podía abrir el grifo porque no llegaba. Don Pez empezó a ponerse nervioso.
-Tengo que salir de aquí -pensó-. Si me doy prisa me dará tiempo a llegar a la calle y a meterme en algún charco.
Don Pez se colocó junto a la puerta y, cuando esta se abrió, se escurrió despacito y salió a la calle.
-¡Oh, no! -exclamó Don Pez-. El día está soleado y hace mucho calor. Así no encontraré ningún charco en el que meterme.
Don Pez empezó a llorar. Con sus lágrimas se llenó un poco más el casco y eso le dio esperanzas.
-Con esto todavía me de tiempo a volver a casa -pensó Don Pez-. Me esconderé en la ducha y esperaré a que alguien abra el grifo.
Con mucho esfuerzo Don Pez regresó a casa. Pero justo cuando llegaba a la puerta se impulsó tanto que fue de bruces contra la pared y se le rompió por completo el casco.
E
n ese momento llegaba a casa su dueño con el gato en brazos. Pero Don Pez no tenía ya fuerzas para llegar a la puerta. Don Gato, al verlo, se lanzó al suelo y se tragó a Don Pez.
-¿Qué haces, Don Gato? -preguntó su amo-. Escupe eso, que ya sabes que el veterinario te ha dicho que no debes comer nada en un rato.
Don Gato estaba malito y no pudo retener a Don Pez en el estómago, pues le dolía mucho, así que lo sacó.
-¿Qué haces aquí, Don Pez? -preguntó el amo-. Vamos, te llevaré a casa.
Y así fue como acabó la breve aventura de Don Pez. Desde entonces el pececito se conforma con soñar sus aventuras desde su acuario, donde vive feliz y tranquilo con sus compañeros, calentito y bien alimentado.