El tesoro de Rufo
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El tesoro de Rufo

Edades:
A partir de 6 años
El tesoro de Rufo Rufo era el perro más curioso del pueblo. Si había un hueco, ahí iba a meter el hocico. Si a alguien se le caía algo del bolsillo, era el primero en ir a olisquear y, si se encontraba una ventana abierta, siempre hacía lo posible por colarse por ella. Esa última afición fue precisamente la que le llevó a vivir esta extraordinaria aventura.

Un día, ya al atardecer, Rufo estaba entretenido mordisqueando un hueso. Se lo había dado el carnicero, que era muy generoso y siempre guardaba las sobras para él. Como Rufo no tenía dueño, lo agradecía mucho porque había días en los que era muy complicado encontrar algo que comer. Mientras se entretenía con el hueso, llegó hasta su nariz un aroma delicioso. Al momento, levantó el hocico y trató de descubrir de qué se trataba. Como no pudo, decidió ir a investigar. Antes, escondió bien su hueso en una esquina del parque, justo en la zona de los álamos que decoraban el paseo principal.

A medida que se acercaba al olor, este se sentía de forma más clara. Al final, caminando y caminando, Rufo llegó hasta un edificio en ruinas. La fachada estaba desconchada y las ventanas y puertas rotas. La pared estaba llena de musgo y enredaderas.

Como Rufo era un perro muy curioso, lo primero que se le pasó por la cabeza fue entrar a fisgonear. Dio un par de vueltas al edificio hasta encontrar un hueco no demasiado alto. Al final, encontró una ventana que no estaba muy rota y que, por lo tanto, no parecía muy peligrosa. En el primer salto Rugo falló y cayó de bruces contra el suelo. Al segundo intento el perro cogió mucho impulso y, de un brinco, logró colarse en aquella casa abandonada.

Una vez dentro, Rufo puso todos sus sentidos en alerta para descubrir la procedencia de aquel aroma misterioso. Recorrió todas las habitaciones de la casa. De norte a sur y de este a oeste. Pasada media hora Rufo se dio cuenta de que tenía hambre y de que su hueso le esperaba enterrado en el parque. Así que se dispuso a dar media vuelta.


CEl tesoro de Rufouando estaba ya casi en la salida, sintió el olor de forma mucho más intensa. De un salto, Rufo fue hacía atrás y, al llegar a una de las habitaciones, se paró de golpe. Ante sus ojos, había una sala repleta de huesos, chuletas, jamón york y golosinas de perro. Montañas y montañas de toda su comida favorita, la que le daba el carnicero y otra gente del pueblo. Todo aquello apareció de la nada porque esa casa estaba abandonada desde hacía años.

Como Rufo sabía que casi siempre comía gracias a la generosidad de los demás, no se guardó el secreto de la comida para él solo y avisó a otros perros abandonados de la zona para compartirlo con ellos. Durante mucho tiempo, todos disfrutaron de aquel tesoro.
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