El sastre que arreglaba los corazones rotos
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El sastre que arreglaba los corazones rotos

Edades:
A partir de 6 años
El sastre que arreglaba los corazones rotos Había una vez un sastre que recorría el mundo haciendo lo que mejor se le daba: remendar corazones rotos. El sastre arregla-corazones iba de aldea en aldea ofreciendo su trabajo. Pero no siempre era bien recibido, porque no solían tomarlo en serio.

Muchas veces lo expulsaban y, de vez en cuando, le tiraban frutas y verduras podridas para que se alejara.

—¡Pobre gente! ¡Cuánto dolor cargan en sus corazones! —pensaba el sastre mientras se marchaba o tenía que salir corriendo.

Pero de vez cuando alguien lo buscaba entre las sombras y le pedía que lo acompañara. El sastre se cubría con una vieja capa e iba tras la persona que le había ido a buscar. Cuando llegaba a su casa, sacaba su instrumental y, con mimo y cuidado, arreglaba el corazón roto del que se lo pedía.

Un día, llegó a oídos del rey la noticia del sastre que iba por su reino, anunciando que arreglaba corazones rotos, y lo mandó llamar.

—Quiero que arregléis mi propio corazón —dijo el rey—. Si no lo conseguís, acabaréis en el fondo de la celda más oscura y fría que haya en el castillo.

El sastre se puso manos a la obra, sin miedo por no poder cumplir con el encargo, puesto que siempre había conseguido reconstruir todos los corazones rotos que había encontrado. Y empezó a examinar al rey.

Para su sorpresa, el sastre vio que aquello era un caso muy difícil. Y como no quería que el rey pensara que no podía hacerlo, le propuso algo.

—Majestad, ¿qué os parece si arreglo el corazón roto de algunos de vuestros súbditos para que veáis cómo funciona esto?

Al rey le pareció bien, y pidió voluntarios. Fueron muchos los que se presentaron, y el sastre fue atendiéndolos a todos.

—Es mi turno, sastre —dijo el rey—. Más te vale hacerlo bien.

El sastre volvió a examinar al rey; pero algo fallaba, y el sastre empezó a ponerse nervioso. El rey se dio cuenta y le dijo:

—¿Qué pasa, sastre? ¿Necesitas una noche en las mazmorras para inspirarte?

—No, majestad, es solo que… en fin… vuestro caso es el más complicado que he tenido nunca.

—¿Por qué dices eso? ¿Qué insinúas? —preguntó el rey, muy enfadado.

—Majestad, es que… —titubeó el sastre—, es que… ¡No encuentro vuestro corazón!

—Claro que no lo encuentras, mequetrefe —dijo el rey—. ¡No tengo corazón!

—Entonces, ¿para qué me habéis llamado? —preguntó el sastre.

-El sastre que arreglaba los corazones rotos Para que lo solucionéis, por supuesto —dijo el rey—. Yo quiero tener corazón, igual que todo el mundo.

- Pero yo arreglo corazones, majestad, no los fabrico —dijo el sastre.

—¿A quién tengo que buscar entonces? —preguntó el rey.

—Hay un diseñador de corazones en el norte que tal vez pueda ayudaros —dijo el sastre—. Tiene mucha lista de espera, así que no os demoréis en ir a verlo.

—Está bien, puedes irte, sastre —dijo el rey—. Gracias por todo.

El sastre se fue y volvió a su rutina de siempre. Pero nunca más lo echaron de ninguna aldea, porque, tras su paso por la corte, todo el mundo sabía ya lo que hacía y lo bien que trabajaba. Y así pasó el resto de sus días el sastre que arreglaba corazones rotos, viajando por el mundo, sanando a todo el que le pedía ayuda.
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