Había una vez un reino gobernado por un rey al que le encantaba el pastel de chocolate. Tanto le gustaba que lo comía a todas horas. Incluso había ordenado a los cocineros que utilizaran el pastel de chocolate como ingrediente para todos los platos.
Los cocineros reales hacían sopa de pastel de chocolate, croquetas de pastel de chocolate, sushi con pastel de chocolate, salsa de pastel de chocolate para acompañar la pasta, el pescado y la carne.
Pero un día, el rey se puso muy enfermo. Ante el temor de ser castigado si le recetaba otra cosa, el médico le recetó jarabe de pastel de chocolate. Pero el rey no mejoró, sino que se puso peor.
En ese momento coincidió que pasaba por allí una vieja hechicera conocida en el mundo entero por haber sanado a otros reyes. Como los médicos reales no encontraban remedio para curar al rey, fueron a buscar a la mujer.
La hechicera visitó al rey. Cuando entró en su dormitorio se encontró a un hombre inmensamente gordo y pálido que devoraba con avidez un enorme pastel de chocolate.
- ¿Cuál es vuestra opinión señora? - preguntó el médico a la hechicera.
- Tranquilo, esto tiene remedio -dijo la hechicera-. Iré a la cocina a preparar una poción mágica.
Tras comprobar que en la cocina no había nada de lo que necesitaba, envió a un mensajero a comprar los ingredientes. Unas horas después, las pociones estaban listas.
Cuando la hechicera entró en el dormitorio del rey con las pociones en la mano, todo el mundo echó a temblar. Aquello no tenía el color del pastel de chocolate y eso no iba a gustar nada al rey.
- ¡Esto no lleva pastel de chocolate! -dijo el rey, muy enfadado.
- Tomadlo, señor. Cuando lo terminéis podréis tomar un poco de pastel de chocolate-dijo la hechicera.
El rey aceptó tomar la poción de la hechicera con un poco de recelo.
- ¡Mmm! ¡Qué maravilla! -dijo el rey-. ¿Puedo tomar un poco más?
- Por supuesto. Tomad -dijo la hechicera mientras llenaba el cuenco del rey.
La poción estaba tan buena que el rey no quiso tomar nada más después.
- Tomad esta poción todos los días para comer y para cenar- dijo la hechicera-. Volveré en un tiempo para ver cómo estáis.
Cuando la hechicera regresó, el rey estaba mucho mejor. Ya se había levantado de la cama y había perdido un poco de peso.
-
Decidme, ¿qué tenía la poción que me habéis dado, buena hechicera? -preguntó el rey.
- A decir verdad, no era más que una simple sopa de pollo, señor -respondió la hechicera-. Espero que de ahora en adelante comáis algo más que pastel de chocolate. Podéis tomarlo si queréis, pero con moderación si no queréis volver a caer enfermo. Les dejaré más recetas a vuestros cocineros.
- ¿Recetas? Querréis decir más pociones, ¿no? -preguntó el rey.
La hechicera se rió, y dijo:
- Sí, eso. Más pociones.
Desde entonces, el rey siempre tomaba alguna de las exquisitas pociones mágicas de la hechicera. La poción de sopa de verduras le gustaba casi tanto como la poción de sopa de pollo. Aunque la que verdaderamente le volvía loco es la poción de zumo de naranja que se tomaba por las mañanas.
El pastel de chocolate no salió de la dieta del rey, pero pasó a tomar solo un poquito de vez en cuando como postre. ¡Y qué buena le sabía esa pequeña porción de pastel de chocolate!