El pequeño astronauta
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El pequeño astronauta

Edades:
A partir de 6 años
El pequeño astronauta Con tan solo 12 años, Tomás acaba de emprender la aventura de su vida: viajar al espacio. Su misión era encontrar una solución para salvar el planeta.

Tras varios meses visitando distintos mundos, Tomás llegó a una lejana estación espacial interplanetaria, Tomás se encontró con Zara, una simpática alienígena, muy curioso y parlanchín.

—¡Hola! ¿Eres un terrícola? —preguntó Zara, acercándose a Tomás con curiosidad.

—Sí, soy Tomás, un astronauta de la Tierra. ¿Y tú, de dónde eres? —respondió el niño, sorprendido pero emocionado de conocer a un ser de otro planeta.

—Soy Zara, de Zarilandia. Me alegra conocerte, Tomás —dijo Zara, extendiendo sus cuatro brazos hacia el niño para darle un cálido abrazo.

—¿Dónde está tu planeta? No había oído nunca hablar de él —dijo Tomás.

—Está aquí cerca, coge tu nave y te lo enseño —dijo Zara.

Tomás estaba encantada con la idea, así que se puso en marcha.

Tomás se quedó maravillado con la riqueza natural de Zarilandia. Era un lugar precioso, lleno de vegetación por todas partes.

—Esto es maravilloso —dijo Tomás.

—No lo será por mucho tiempo, Tomás. Este planeta está en peligro. Las plantas se están marchitando y los animales están enfermos —confesó Zara con tristeza.

—No te preocupes, Zara. Juntos, encontraremos la solución para salvar tu planeta —dijo Tomás, dándole una palmadita en la espalda.

Los amigos se dispusieron a trabajar en la tarea más grande que jamás habían enfrentado. Cada uno tenía ideas y habilidades únicas para aportar. Tomás tenía su entrenamiento como astronauta y su conocimiento de la ciencia. Zara conocía cada rincón de Zarilandia y tenía una conexión especial con su entorno.

Tomás sacó su equipo de análisis y comenzó a estudiar las plantas y los animales enfermos. Sus dedos temblaban de emoción mientras pasaba de una especie a otra, anotando detalles en su libreta espacial.

Zara se puso en contacto con los seres de su planeta, utilizando sus capacidades únicas para escuchar y entender el lenguaje de las plantas y los animales.

Cada noche, bajo el hermoso resplandor de las estrellas, Tomás y Zara se reunían para compartir lo que habían aprendido durante el día. Hablaban de sus descubrimientos, intercambiaban ideas, y juntos buscaban soluciones.

A veces no se ponían de acuerdo, y discutían.

—No hay quién hable contigo, Tomás, eres tan terco como los habitantes de Zarilandia —decía Zara.

—¿Terco yo? Si abrieras un poco la mente y escucharas…—decía Tomás.

—¡Escúchame tú a mí, que yo conozco mejor este lugar! —decía Zara.

—Yo solo te cuento lo que he visto y lo que mis aparatos han encontrado —decía Tomás.

Poco a poco, a base de hablar y discutir, aprendieron a escucharse y respetar las diferencias entre sus opiniones y formas de pensar. Así, llegaron a un acuerdo.


Una vez, Zara tenía una idea radical para ayudar a las plantas. Quería utilizar una vieja técnica alienígena que implicaba un canto especial para revivirlas. Tomás, al principio, se mostró escéptico. Pero recordó que había acordado respetar las del otro y decidió darle una oportunidad al método de Zara. Y, para su sorpresa, funcionó. Las plantas empezaron a recuperar su color y vitalidad.

El pequeño astronautaOtro día, Tomás propuso una fórmula científica para sanar a los animales. Zara dudaba al principio, pero al recordar su pacto, decidió confiar en él. Juntos, prepararon el antídoto y se lo administraron a los animales. Pronto, los animales comenzaron a sanar, sus ojos recuperaron el brillo y su piel el color saludable.

En esta aventura, Tomás y Zara descubrieron que la solución a los problemas de Zarilandia no radicaba en un solo método, sino en la colaboración de ambos. Aprendieron que las diferencias pueden ser una fuerza en lugar de un obstáculo, y que juntos, con respeto y solidaridad, podían lograr más de lo que podrían haber imaginado.

Y así salvaron el planeta.

—Debería llevar estas ideas a la Tierra —dijo Tomás.

—Si conseguís colaborar y hacéis un esfuerzo por entenderos, conseguiréis salvar el planeta, amigo —dijo Zara—. Si me necesitas, llámame.

—Gracias, Zara.

Tomás se subió a su nave y puso rumbo a casa, listo para llevar la solución para salvar el planeta.
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