El misterio de los ruidos nocturnos
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El misterio de los ruidos nocturnos

Edades:
A partir de 6 años
El misterio de los ruidos nocturnos Anabel estaba sentada a la mesa, con sus padres, disfrutando del maravilloso desayuno que habían preparado.

—¡Está todo buenísimo! —exclamó Anabel.

La misma escena se repetía a la hora de comer y a la hora de cenar. A Anabel siempre le gustaba todo lo que cocinaban sus padres. O eso creían ellos. Porque cuando no miraban, Anabel metía parte de lo que había en el plato en una bolsa que escondía entre las piernas.

Y si no tenía oportunidad, la niña se las ingeniaba para distraer a sus padres el tiempo suficiente como para meter parte de la comida en la bolsa.

Cuando acaba de comer, la niña se llevaba la bolsa a su habitación y, en cuanto tenía ocasión, la tiraba en el contenedor de basura.

Una noche, Anabel comenzó a escuchar ruidos misteriosos en su habitación. Ella decidió quedarse callada y esconderse bajo las sábanas. Tenía tanto miedo que no se atrevía no a gritar.

Los ruidos siguieron escuchándose, noche tras noche. Algo se movía, incluso tiraba cosas.

Una mañana, cansada de aquellos ruidos, Anabel decidió que esa misma noche descubriría qué es lo que pasaba. Y así, después de cenar, la niña cogió el rodillo de amasar de un cajón de la cocina sin que la vieran y se fue a la cama. Metió el rodillo debajo de la almohada y esperó.

Ya casi se había quedado dormida cuando empezó a oír los ruidos de todas las noches. Con miedo, pero con decisión, Anabel se levantó sigilosamente, con el rodillo de la mano. Se agachó, se colocó a cuatro patas, y fue deslizándose suavemente por el suelo, sin hacer ruido, intentando encontrar el origen de aquel ruido.

Al principio no le resultó fácil, porque su corazón latía tan fuerte que no era capaz de escuchar nada más.

La niña respiró profundamente dos veces para calmarse y luego continuó rastreando aquel desagradable ruido.

Y así llegó hasta su escritorio. Con cuidado retiró la papelera, pues parecía que el sonido venía de allí.

—¡Tú! —gritó Anabel, mientras empezaba a dar golpes con el rodillo de amasar.

La niña montó tal escándalo que enseguida aparecieron sus padres.

—¿Qué pasa aquí? —preguntaron.

—¡Un ratón! —gritó la niña.

Los padres fueron a mirar y encontraron un montón de restos de comida detrás de la papelera.

¿Qué es esto? —preguntaron.

AEl misterio de los ruidos nocturnosl parecer, el ratón había agujereado la papelera para tirar de la bolsa, hacerle un agujero y sacar la comida que guardada allí Anabel. La niña no se había dado cuenta, porque solía coger otra bolsa para meter todas las que iba almacenando para tirar todo junto a la basura.

Anabel tuvo que confesar que no se comía todo porque no siempre le gustaba o, simplemente, no podía con todo lo que había en el plato.

—¿Por qué haces eso, en vez de decir lo que pasa? —preguntó su madre.

—No quería decepcionaros —dijo la niña.

A partir de entonces Anabel prometió no volver a esconder comida y a ser clara cuando algo no fuera de su gusto o le resultara demasiado. Aprendió que es mejor ser sincera y hablar las cosas, porque solo así estas pueden mejorar, aunque decirlo resulte incómodo.
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