El misterio de la estrella ladrona
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El misterio de la estrella ladrona

El misterio de la estrella ladrona Había una vez, en un reino lejano, un hermoso valle lleno de flores y manzanos. Allí los habitantes vivían en armonía con la naturaleza, compartiendo las cosechas y cuidando a los animales.

Un día el valle amaneció con menos frutas en los árboles, menos verduras de los huertos y sin un solo huevo de gallina.

La reina convocó a su consejo personal y le pidió opinión. Pero nadie sabía nada.

—Tendré que preguntarle al pueblo —dijo la reina—. Convocad a la gente, por favor.

—No hace falta, alteza —dijo el primer ministro—. Están todos reunidos en el patio del palacio.

La reina salió enseguida.

—¿Alguien sabe algo o tiene alguna idea de qué ha pasado? —preguntó la reina.

Nadie dijo nada. Iban a buscar respuestas. Solo se oía un pequeño chillido entre el gentío.

—¿Quién quiere hablar? —dijo la reina—. Dejad que se acerque.

Una niña llegó hasta la reina y dijo:

—Ha sido una gran estrella dorada que ha bajado en picado desde el cielo, ha cogido todo lo que ha podido y ha vuelto a subir.

—¡No digas tonterías, niña! ¡Las estrellas no roban!—dijo alguien.

—¡No son tonterías! ¡Lo vi con mis propios ojos! —dijo la niña.

—Está bien, pondremos vigías esta noche, a ver si vemos esa estrella y resolvemos este misterio —dijo la reina.

Esa noche cincuenta soldados montaron guardia para observar las estrellas. En realidad, nadie puedo dormir. Todo el mundo quería ver esa estrella bajar a coger frutas, verduras y huevos.

Todo el mundo lo vio: una gran bola dorada que bajaba volando a toda velocidad, cogía lo que podía y se volvía a marchar.

No hizo falta esperar a la mañana siguiente: todos fueron corriendo al patio del palacio real.

—¿Qué ha sido eso?

—¿Seguro que era una estrella?

—¡Qué manera de brillar! ¡Y qué rapidez!

La reina intervino:

—Los consejeros han concluido que dos cosas. La primera: lo que nos roba no es una estrella, aunque lo parezca. La segunda: no sabemos qué es.

—Yo sí lo sé —dijo una potente voz desde el cielo. Era un tipo vestido de titiritero a lomos de un gran pájaro azul.

—¿Quién eres? ¿Qué sabes? —preguntó la reina.

—Soy el mago Pajaríturus. Eso que habéis visto es un pájaro de plumas de oro que se me escapó hace unos días.

—¿Para qué quiere la comida? —preguntó la reina.

—Para comer, digo yo —respondió el mago.

—¿Y los huevos?

—Creo que los quiere incubar, a ver si nacen más como él, aunque eso es imposible, creo.

—¿Qué hacemos?

El misterio de la estrella ladrona—Yo me ocupo.

El mago Pajaríturus fue en busca del pájaro de plumas doradas. Cuando lo encontró se lo llevó a casa.

—Id a buscar los huevos, que yo no puedo con todo —dijo el mago Pajaríturus mientras se marchaba.

En la cueva donde se había escondido el pájaro aparecieron decenas de pollitas recién nacidos, todos con las plumas de oro.

Aquel lugar se convirtió en el lugar más brillante y luminoso del mundo, por el que correteaban alegres pollitos de oro que alegraban a todo el mundo.

¿Qué pensabais, que habían arrancado las plumas a los pobres pollitos para hacerse ricos?

¡No!

¿Por qué creéis que el pájaro de alas de oro fue allí a incubar huevos?

Porque aquel era el único lugar del mundo donde sus habitantes vivían en verdadera armonía con la naturaleza. Y eso siguen haciendo, a pesar del oro.
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