El gnomo y el trol
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El gnomo y el trol

Edades:
A partir de 6 años
Valores:
El gnomo y el trol Había una vez un bosque en el que vivían muchos animales, además de hadas, enanitos, elfos, un gnomo e incluso algún que otro humano. Todos vivían felices hasta que, en una cueva cercana, se instaló un trol.

Todos los días el trol iba al bosque a molestar a sus habitantes. No había día que el malvado trol no hiciera de las suyas. Unas veces anudaba las colas de los animales, otras les pintaban feos dibujos en el lomo. A las hadas las cazaba con un cazamariposas y las colgaba en los árboles metidas en un saco, o les mojaba las alas con miel para que no pudiera volar.

A los enanitos les preparaba trampas en el suelo, cavando agujeros que cubría con hojas. Así que cuando pasaba se caían dentro.

Con el que el trol no se metía nunca era con el gnomo. Este siempre se las ingeniaba para esquivar al trol.

Un día, el gnomo estaba presumiendo delante de los demás habitantes del bosque.

—Yo no le tengo miedo al trol —decía—. Es más, lo tengo comiendo de la palma de mi mano. Hace siempre lo que yo le digo.

Los habitantes del bosque se reían del gnomo.

—Eso es mentira —le decían.

—Preguntadle, ya veréis como es verdad —insistía el gnomo.

Los habitantes del bosque le fueron con el cuento al trol. Cuando esté les escuchó se enfadó muchísimo y fue en busca del gnomo.

—¿Cómo te atreves a ir diciendo por ahí que no me tienes miedo y que hago lo que tú dices? —gruñó el trol.

—No es verdad —dijo el gnomo—. Les he dicho justo lo contrario.

—Pues tendrás que hacer algo para arreglar esto —dijo el trol—. Mi reputación está en juego.

—Está bien, lo haré —dijo el mono—. Vamos juntos y se lo diré a todos.

El trol y el gnomo se pusieron en camino. Pero de repente el gnomo empezó a gritar.

—¿Qué pasa? —preguntó el trol.

—No puedo caminar, me he torcido un tobillo —dijo el gnomo—. No podré ir contigo.

Yo te llevo —dijo el trol, mientras lo cogía y se lo colocaba sobre el hombro.

Pero no había dado cinco pasos cuando el gnomo empezó a decir:

—¡Ay, ay, ay! ¡Me caigo!

El trol, viendo que el gnomo se le iba a caer, le hizo una silla con unas ramas y unas hojas y se la puso en el hombro para que el gnomo se pudiera sentar.

—Creo que iría mejor sobre tu cabeza —dijo el gnomo.

Al trol le pareció buena idea y así lo hizo. Pero enseguida el gnomo empezó a decir otra vez:

—¡Ay, ay, ay! ¡Me caigo! Coge esas ramas verdes, que con ellas me podré sujetar mejor.

El trol le dio las ramas. El gnomo las anudó y se las pasó al trol por el cuello.

—Así me haces daño —dijo el trol—. Mejor la sujeto con la boca.

Tengo calor —dijo el gnomo al poco tiempo.

El trol cogió una hoja enorme y se la dio. Luego le dijo:

—Toma, para que te abaniques un poco.

El gnomo y el trolY eso hizo.

Poco después, el trol y el gnomo llegaron al claro del bosque donde se reunían los animales a tomar el sol. En cuanto estuvieron a la vista, el gnomo empezó a gritarle al trol, mientras le sacudía con la hoja por un lado y tiraba de la rama que llevaba en la boca por el otro:

—¡Corre, corre! ¡Que llegamos tarde!

Asustado por lo que estaba pasando, el trol empezó a correr, mientras el gnomo seguía gritando, sacudiendo y tirando.

—¡Vamos! ¡Venga! ¡Dale fuerte!

Cuando los animales vieron aquello no se lo podían creer. Era realmente cómico ver aquella escena, con el gnomo cabalgando sobre la cabeza del trol. Enseguida empezaron a reírse. Cuando el trol se dio cuenta sintió mucha vergüenza.

El gnomo se dio cuenta y aprovechó que pasaban bajo un árbol para encaramarse a una rama y dejar al trol. Este siguió corriendo y no volvió nunca más.
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