Era una tarde soleada y el parque estaba lleno de risas y juegos. LucÃa corrÃa de un lado a otro, saltando y girando con su sombrero favorito. Era un sombrero azul con una cinta de colores, un regalo de su abuela, y lo usaba casi todos los dÃas.
De repente, mientras jugaba con sus amigos, sintió que algo faltaba. Se llevó las manos a la cabeza y... ¡su sombrero no estaba!
—¡No puede ser! ¡Mi sombrero! —exclamó, mirando alrededor con el corazón acelerado.
Max, su mejor amigo y el detective del barrio, se acercó rápidamente. Llevaba una pequeña lupa en el bolsillo y siempre estaba listo para resolver cualquier misterio, por pequeño que fuera.
—Tranquila, LucÃa —dijo Max, poniéndose su gorra de detective—. Yo me encargo de esto. Encontraremos tu sombrero, ¡no hay caso que no podamos resolver!
LucÃa asintió, aunque estaba nerviosa. SabÃa que Max era bueno encontrando cosas, pero ¿y si alguien se habÃa llevado su sombrero a propósito?
—Lo primero es revisar la zona —dijo Max, mirando a su alrededor—. ¿Dónde lo viste por última vez?
LucÃa pensó un momento y señaló un banco cerca de los columpios.
—Estaba jugando ahà y me lo quité porque tenÃa calor... pero ahora ya no está.
Max se arrodilló y empezó a inspeccionar el suelo con su lupa.
—Mira esto —dijo, señalando una pluma de colores que estaba cerca del banco—. Esta pluma no es de cualquier pájaro. ¿Te parece familiar?
LucÃa la observó de cerca. Era grande y tenÃa un tono rojo brillante.
—SÃ, creo que la he visto antes, pero no recuerdo dónde —respondió, un poco confundida.
Max guardó la pluma y siguieron caminando por el parque, buscando más pistas. Al llegar a la fuente, vieron a Sara, una amiga de LucÃa, jugando con otros niños.
—¡Sara! —gritó LucÃa—. ¿Has visto mi sombrero azul? ¡Se ha perdido!
Sara se acercó, preocupada.
—No, no lo he visto... pero ahora que lo mencionas, vi a un niño con un sombrero azul hace un rato. Iba hacia la tienda del Señor Robles.
Los ojos de Max se iluminaron. ¡Una nueva pista! El niño del sombrero azul podÃa ser clave.
—Vamos a hablar con el Señor Robles —sugirió Max—. Seguro que nos puede decir si vio algo extraño.
Caminaron rápidamente hacia la pequeña tienda de pan en la esquina del barrio. Al entrar, el aroma a pan recién horneado llenaba el aire.
—¡Hola, niños! —dijo el señor Robles con su sonrisa habitual—. ¿Qué los trae por aqu�
LucÃa se adelantó.
—Señor Robles, he perdido mi sombrero azul en el parque, y alguien dijo que vio a un niño con uno igual venir hacia aquÃ. ¿Lo ha visto?
El Señor Robles se rascó la cabeza.
—Hmm, ahora que lo mencionas, sà vi a un niño con un sombrero azul... parecÃa apurado.
Compró una barra de pan y se fue en dirección a la plaza.
Max frunció el ceño. Las pistas se acumulaban, pero algo no encajaba.
—Debemos encontrar a ese niño —dijo LucÃa, preocupada—. Si tomó mi sombrero, tengo que recuperarlo.
Los dos amigos corrieron hacia la plaza. Mientras buscaban, vieron a un niño sentado en un banco, con un sombrero azul en la cabeza. LucÃa se detuvo en seco.
—¡Es mi sombrero! —exclamó.
Max levantó la mano, indicándole que esperara. Se acercó lentamente al niño, que parecÃa estar disfrutando de su pan.
—Hola —dijo Max con voz tranquila—. Ese sombrero que llevas puesto... ¿es tuyo?
El niño, sorprendido, se quitó el sombrero y lo miró.
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€”SÃ, es mÃo... bueno, al menos eso pensé. Encontré este sombrero tirado en el parque y creà que lo habÃa perdido antes. Pero ahora que lo veo mejor... este no es el mÃo.
LucÃa se acercó despacio.
—Es que... creo que ese sombrero es mÃo —dijo con timidez—. Lo perdà esta tarde en el parque.
El niño se sonrojó, bajando la mirada.
—¡Oh! Lo siento mucho. Pensé que era el mÃo porque se parece mucho. Aquà tienes —dijo, devolviéndoselo a LucÃa—. No fue mi intención llevarme algo que no es mÃo.
LucÃa sonrió, aliviada.
—Está bien. No pasa nada, fue un malentendido.
Max, con una sonrisa, se cruzó de brazos.
—Misterio resuelto. Otro caso cerrado.
Los tres niños rieron y decidieron compartir el pan que habÃa comprado el niño en la tienda del señor Robles. Al final, se dieron cuenta de que lo más importante no era solo recuperar el sombrero, sino que habÃan aprendido a confiar unos en otros y no saltar a conclusiones apresuradas.
—¿Sabes? —dijo Max mientras mordÃa un trozo de pan—. Al final, los mejores misterios son los que te enseñan algo.
LucÃa asintió, ajustándose su sombrero azul en la cabeza.
—Y yo he aprendido que siempre puedo contar con mis amigos.