El caracol perdido
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El caracol perdido

Edades:
A partir de 4 años
El caracol perdido Un día, Santi estaba comiendo una rica y sana ensalada de lechuga y tomate cuando de repente vio como algo se movía en su plato. Lo hacía, eso sí, muy lentamente. No fue muy difícil adivinar de qué se trataba. Era un pequeño caracol que había llegado desde el pueblo usando a la lechuga como cómodo vehículo.

Temiendo que su hermano, que era muy travieso, le hiciese algo al pequeño animalillo, Santi lo guardó con cuidado bajo la mesa poniéndolo sobre una de sus rodillas. Al acabar de comer, aprovechando que era sábado, se fue a su habitación. Comenzó a investigar acerca de los caracoles para saber por ejemplo qué darle de comer.


Lo primero que hizo fue construirle una casita de cartón con hojas en su interior. Como no tenía otra cosa a mano, cogió unas cuantas hojas de las plantas que su madre tenía en el salón. Cogió unas pocas de cada tiesto para que no se notase demasiado. Las humedeció porque sabía que a los caracoles les gustaban las hojas fresquitas.

Al día siguiente le llevó un trozo de manzana del desayuno y a mediodía un poco de escarola. Siempre le llevaba algo que sabía que podría comer porque no quería que pasase hambre por nada del mundo. Pero tampoco quería darle algo que pudiese sentarle mal.

Un día, en mitad de la noche, Santi empezó a escuchar una pequeña vocecilla.

-Santi, por favor, devuélveme al campo- suplicaba el caracolillo.

El pequeño animal le dijo a Santi que agradecía todo lo que había hecho por él.

-Otros, si me encuentran en una ensalada, me habrían tirado a la papelera sin pensarlo.

LEl caracol perdidoe dijo que estaba muy agradecido por que le hubiera dado de comer cosas tan ricas y por haberle hecho una casita tan acogedora donde resguardarse. Pero que, a pesar de todo, su lugar estaba al aire libre. Santi lo entendió perfectamente y hasta le propuso llevarle la casita de madera hasta el lugar en el que vivía en el campo.

-Así tú y tu familia os podréis resguardar cómodamente- dijo el niño.

Al día siguiente, Santi llevó a su pequeño amigo al sitio que le indicó. Como se imaginaba, había un montón de caracoles de todos los tamaños esperando el regreso del compañero desaparecido.
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