Conchita e Isaías
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Conchita e Isaías

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Conchita e Isaías Lú era una niña que tenía una muñeca a la quería tantísimo que la trataba con una delicadeza infinita. Sus amigos se reían de ella por ser tan cuidadosa y por llevarla a todas partes. Al cole cada mañana, a los cumpleaños de los compañeros de clase, a merendar los sábados con sus primos, a la playa en verano… Allá donde iba Lú, iba su muñeca, que se llamaba Conchita. Era una muñeca de plástico, pero muy real. Con sus pestañas, sus ojos azules y un baúl lleno de vestidos que ponerle. Lú podía pasarse horas y horas vistiéndola y desvistiéndola, haciéndole trenzas e ideando mil y una aventuras que vivir con Conchita.

Con el paso del tiempo, Lú fue creciendo, se cambió de casa con su familia y se hizo mayor. Al cabo de los años, se casó, tuvo dos hijos y, décadas después, incluso tres nietos. Pero siempre había arrastrado una gran pena. En una de las mudanzas, que habían sido muchas por el trabajo de su madre, Conchita se había perdido. La había buscado durante semanas por todas partes. En casa, en el jardín, en la escuela, en las tiendas del barrio. Todo en vano porque la muñeca no apareció por ningún lado.

Un día de Navidad, Lú volvió a su ciudad natal y a su antigua casa. Tenían que recoger y limpiar, porque habían decidido venderla. Entre cientos de cosas, la anciana encontró a la querida muñeca de su infancia. Estaba tan bien cuidada como siempre. Conservaba todos sus vestidos y zapatos, su larga cabellera y sus brillantes ojos azules.

Emocionada, se la llevó a casa y le quitó el polvo. La vistió con el traje más elegante de los que había en el baúl y la metió con cariño en una caja de regalo con un gran lazo. Su intención era regalársela a uno de sus nietos en Navidad. Pero no sabía a cuál. Así que decidió que se quedaría con el más respetuoso y el que más cuidase las cosas. Lucas era un poco bruto y, por ejemplo, los playeros no le solían durar ni siquiera un mes. Además, cuidaba fatal de los libros del cole y perdía montón de cosas. La siguiente, Carla, se cansaba enseguida de las cosas porque era muy caprichosa. Así que la anciana Lú pensaba que su nieta tampoco iba a ser la que mejor cuidaría de Conchita. El nieto que quedaba era Isaías, el pequeño, un niño que siempre había destacado por su delicadeza y cariño hacia las cosas. Cuidaba mucho todos sus juguetes y, por ejemplo, leía con sumo cuidado todos sus cuentos para no arrugar las hojas y siempre con las manos limpias.

Conchita e Isaías La abuela pensó que su nieto pequeño era por lo tanto quien mejor cuidaría de Conchita. De hecho, cuando Isaías cumplió 90 años, la muñeca aún descansaba en su cómoda, dispuesta a pasar a la siguiente generación.
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