Adriana y el caimán
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Adriana y el caimán

Edades:
A partir de 3 años
Adriana y el caimán Adriana era una niña muy solitaria y siempre estaba buscando aventuras para pasar el tiempo. Un día, mientras caminaba por el campo, escuchó un extraño ruido que venía de un pequeño estanque.

—¿Qué es ese ruido tan raro? —dijo Adriana en voz alta, esperando que el sonido de su propia voz calmara el miedo que sintió.

Al acercarse al estanque, vio un caimán. Al verlo allí solo, con cara de pena, Adriana se tranquilizó.

—Hola, pequeño caimán. ¡Qué solito estás! ¿Quieres jugar conmigo? —dijo Adriana.

El caimán movió su cola y empezó a chapotear en el agua.

—¿No veo a nadie por aquí? ¿Te has perdido? —preguntó la niña

El caimán dejó de chapotear y apoyó la cabeza en la orilla.

—Si quieres puedes venir conmigo. ¡Te adoptaré como mascota! ¿Te parece bien? —dijo Adriana.

El pequeño caimán empezó a chapotear de nuevo y a dar vueltas sobre sí mismo.

—¡Vale, amigo! Yo me llamo Adriana. ¿Cómo te llamas tú?

El pequeño caimán salió del estanque y se fue corriendo hasta un montón de piedras que había cerca del estanque.

—¿Eso es una pista? ¿Te llamas Piedra? —preguntó Adriana.

El caimán se quedó quieto y apoyó su gran cabeza en las piedras.

—No, Piedra no. Entonces te llamas… ¡Roca!

El caimán dio dos golpes en el suelo con la cola y se quedó quieto.

—No, Roca no, pero estoy cerca, ¿verdad?

El caimán dio tres golpes con la cola en el suelo.

—Vale, si no es Roca, entonces es… Ya sé. ¡Rocky!

El caimán empezó a dar vueltas y se fue corriendo al estanque a chapotear de nuevo.

—¡Qué listo eres, Rocky! Vámonos a casa. Te prepararé un gran estanque en el jardín para que siempre tengas agua y te enseñaré muchas cosas.

El caimán se quedó quieto y dio dos golpes con la cola.

—¡Vale! Tú también me enseñarás cosas a mí.

Adriana y el caimánRocky chapoteó y dio vueltas antes de salir del estanque.

A la familia de Adriana no le gustó mucho la idea de tener un caimán como mascota. Pero en cuanto vieron lo inteligente y lo bueno que era Rocky, lo consideraron uno más de la familia.

Cuando se hizo grande, Rocky tuvo que demostrar que seguía siendo bueno. Porque un caimán es un caimán. Aunque no le costó mucho, porque le habían querido tanto de pequeño y que, al crecer, se había convertido en un caimán muy cariñoso y amable.

Es lo que tiene querer a tus mascotas, que te devuelven el cariño multiplicado ¡por un millón!
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